RELATO: «DreamCoin Blues»
En 2098 el mundo es una puta máquina y algunos de nosotros somos los mecanismos oxidados que la mantienen en marcha.
Los sueños, ese subproducto de la reorganización neuronal nocturna que la neurociencia llevaba años investigando ahora es el mayor negocio del mercado.
La noche se vende en viales de nanobots, cócteles de memoria líquida que te permiten vivir en carne ajena. Esta tecnología se llama DreamSync.
Después de las constantes crisis económicas, todo era ya insostenible, se necesitaba un cambio, un reset del sistema, y la impresión de dinero ya no era una alternativa.
Los Gobiernos y sus gabinetes de expertos, tecnócratas, transhumanistas los investigadores en robótica, nanotecnología, genética e inteligencia artificial descubrieron que los sueños podían ser el producto perfecto que el mercado necesitaba para activar la economía.
Los costes de producción serían muy bajos, no se necesitaban fábricas, ni materias primas complejas, el suministro era inagotable, autogenerado y cada producto era único e irrepetible y podrían ponerle impuestos altísimos y llenar las arcas públicas.
Crearon una tecnología llamada D.R.E.A.M: Digitalized Reverie Extraction & Manipulation , «Extracción y Manipulación de Ensueños Digitalizados».
En el núcleo de D.R.E.A.M. estaba REMiner un software basado en un algoritmo secreto desarrollado por la industria militar, y que tras algunas adaptaciones consiguieron que minara los sueños y los convirtiera en datos digitalizados en altísima definición para posteriormente poder transferirlos a través de un producto inoculable, al cerebro huesped destino.
Se publicó un artículo técnico que describía el proceso así:
«Los sueños se descomponen en mapas neuroelectroquímicos mediante resonancia magnética funcional de ultra alta definición (7T fMRI) y electrodos de grafeno que registran la firma bioeléctrica de cada neurona; estos datos se traducen a ‘códigos de neurotransmisores’ (combinaciones precisas de dopamina, glutamato y orexinas) encapsulados en nanobots de sílice poroso, diseñados para replicar la actividad sináptica original mediante optogenética en zonas específicas del córtex prefrontal y la amígdala del receptor, engañando al cerebro para que experimentara memorias ajenas como propias.»
Y se filtraron en la red documentos confidenciales que cuando los leí y sin llegar a entender una mierda de toda la jerga técnica, me acojoné de inmediato, ví lo que se nos venía encima:
FASE 1: Extracción de datos cerebrales
Se usa una versión avanzada de fMRI (7 T) con grafeno para mapear la actividad neuronal en tiempo real durante el sueño REM, identificando no solo las zonas activas, sino los flujos iónicos (Ca²+, K+) y la densidad de receptores NMDA/AMPA.
Un algoritmo de deep learning entrenado en millones de horas de sueños clasifica las emociones (ej.: miedo = activación de la amígdala + picos de noradrenalina).
FASE 2: Síntesis del líquido
Los nanobots se fabrican con carcasas de sílice mesoporoso biocompatible, cargadas con:
- Neurotransmisores sintéticos: Análogos estables de serotonina o acetilcolina, modificados para resistir la degradación enzimática.
- Vectores optogenéticos: Proteínas sensibles a la luz (como la canalrodopsina-2), programadas para activarse con pulsos infrarrojos transcraneales.
- Enzimas de direccionamiento: Hidrolasas que reconocen biomarcadores cerebrales del receptor (ej.: BDNF para localizar el hipocampo).
FASE 3: Reconfiguración neuronal mediante nanobots
Tras la inyección intravenosa, los nanobots cruzan la barrera hematoencefálica usando péptidos de penetración cerebral . En el cerebro del receptor, se anclan a las neuronas diana usando aptámeros de ADN que reconocen tipos celulares específicos (ej.: interneuronas GABAérgicas).
Liberan los neurotransmisores sintéticos en secuencias temporales milimétricas, replicando los picos químicos del soñador original, mientras las proteínas optogenéticas se integran en las membranas neuronales, permitiendo estimulación lumínica posterior para «refrescar» la memoria implantada.
Un reloj circadiano artificial (chip subdermal) sincroniza la liberación de compuestos con los ritmos theta/gamma del receptor, evitando conflictos con su actividad cerebral basal.
Para evitar rechazo inmunológico, los nanobots usan cubiertas de glicocalix mimético (copias de la capa de azúcares de los glóbulos rojos).
Efecto final:
El receptor experimenta una alucinación programada indistinguible de un recuerdo real, gracias a la activación simultánea de:
Corteza visual primaria (vía glutamato sintético).
Núcleo accumbens (vía dopamina encapsulada).
Córtex insular (vía nanoelectrodos que simulan sensaciones corporales).
El único escollo que parecía complicado de resolver, era quién coño iba a prestarse a esta mierda, quienes serían los insensatos que se dejarían enchufar, inocular y permitir que les robaran la poca intimidad que ya les quedaba.
Esto lo consiguieron solventar por la vía rápida. No necesitaban nuestro permiso, nos los arrebataban por imposición, por ley, por el bien común de la economía global, por sus santos cojones. Si te negabas, te enfrentabas a la pena de muerte. El Gobierno como siempre seguía manteniendo el monopolio de la violencia, pero su capacidad extractiva pasó con esto a otro nivel.
Los posibles daños colaterales que se reportaron en los informes quedaron ocultos para siempre en los bancos de memoria corruptos de la Inteligencia Artificial central, donde cada verdad incómoda era descompuesta en bits de ficción oficial y regurgitada como consignas ideológicas para las masas.
Tenían el producto y no hacía falta un puto plan de marketing, se vendería solo. Lo único que faltaba era encontrar al perfil de cliente que pudiera pagarlo.
La IA contribuyo una vez mas con el argumento definitivo, conciso y cruel:
«Los sueños son el nuevo petróleo, podemos extraerlo sin mancharnos las manos y las élites son pozos de dinero, ambición y adicción.«
El mensaje no será que compran sueños, compran inmortalidad, experiencias únicas que su riqueza mundana ya no puede satisfacer. Vendámosles la ilusión de ser dioses en su mundo agotado, mientras usamos los sueños de las masas como combustible barato para sostener su paraíso artificial. ¿Por qué vender solo pan cuando puedes tener el monopolio del hambre?»
El vacío existencial era el objetivo perfecto al que apuntar, los multibillonarios eran la víctima perfecta a la que disparar.
Ese 1% que acumulaban toda la riqueza, tejían su inmortalidad comprando cuerpos mejorados: pulmones sintéticos para reemplazar los quemados por el exceso de químicos, hígados de polímero que filtraban el veneno de sus fiestas eternas, y corazones biomecánicos que latían al ritmo de subastas en darkweb. Sus cuerpos eran ahora reliquias de titanio y código, máscaras de carne sobre esqueletos acumulando deudas con la muerte.
Pero los sueños potenciados les ofrecían la posibilidad de vivir no solo más años, si no vidas enteras en solo unos minutos. Era la máxima expresión de su obsesión por la eficiencia y su codicia.
Los sueños eran auténticos. Eran sucios, caóticos, impredecibles. No seguían guiones ni algoritmos. Eran emociones crudas, sin filtros, prohibidas y la élite los devoraba como un borracho devora el último trago.
Podían ser héroes, villanos, torturadores, amantes desesperados, pedófilos, todo esto y mucho mas sin infringir ninguna ley. Necesitaban la crudeza de un amor de motel, el dolor de una pelea en un bar, el éxtasis de una risa bajo la lluvia jugando como un niño, revivir el primer beso de un adolescente, la última mirada de un moribundo, el susurro de una madre que nunca tuvieron. No envejecían, no sufrían, no se deterioraban, no había riesgo, no perdían. Era como jugar a la ruleta rusa con una pistola sin saber que estaba descargada: toda la emoción, ninguno peligro.
Ahora a través de la tecnología potenciada de DreamSync en su versión 9.03, los nanobots reorganizan las sinapsis para que las experiencias sean aún más intensas que la propia realidad. Vivir un sueño potenciado por DreamSync es meterse literalmente en la piel de alguien, es fisgar el alma de otro ser humano y robársela a pedazos.
El mercado explotó con este producto como nunca antes en la historia de la economía mundial. Los sueños se convirtieron en el último lujo, el último vicio, ni el mercado de la droga movía tanto dinero.
Mientras la élite los consumía con avidez desmedida, el sistema seguía extrayéndolos de los mas desfavorecidos, noche tras noche, recompensándonos miserablemente manteniéndonos esclavos, usándonos como mero forraje neuronal.
Si el algoritmo considera que tus sueños no tienen la calidad para cubrir las necesidades del mercado, te torturan con un cocktel psicótico de pesadillas liquidas que te inyectan directamente en la amígdala, para castigarte por tu baja productividad.
NeuroCore, lanzó los primeros NFTs en el 2093.
Los sueños se subastan en una plataforma exclusiva llamada Dream Market. Aquí se puja por ellos usando DreamCoins, la cripto moneda universal obligatoria.
En el corazón del sistema se alza Oneiron Exchange la plataforma global donde Tokens y NFTs como Ethereal Echoes, Opulent Mirage y Golden Somnia se compran, venden y revenden a precios astronómicos a diario. Un NFT como Celestial Reverberation puede venderse por millones de DreamCoins, revenderse al infinito y cobrar royalties de por vida.
Los Oneironauts, negocian frenéticamente en Oneiron Exchange rodeados de pantallas gigantes que muestran en tiempo real los precios y las transacciones que quedan fijadas en la blockchain del Dream Market.
Entre los miles de sueños que se compran y venden a cada segundo, hay uno que se está duplicando como un virus en el sistema, generando un cambio en cadena que puede dinamitarlo todo. Se llama «SoulNexus».
Yo soy quién lo soñó y al que se lo extrajeron.
Esta es la historia de cómo sucedió.
Me desperté en mi cubículo, como siempre, con el olor a plástico quemado y sudor viejo. La pantalla en la pared parpadeaba: «Nivel de sueños: 2.3 – Insuficiente. Diríjase al centro de extracción inmediatamente»
Escupí en el suelo y me froté los ojos.
Dos punto tres, una mierda. Ni siquiera llegaba al mínimo requerido de los 3 puntos. Tres malditos puntos para que no me bombearan la cabeza hasta llenarla de horrores sintéticos.
Caminé hasta el centro de extracción, como todas las mañanas. La fila de gente demacrada, con ojos vacíos y cuerpos flacos, esperando su turno para conectar sus cabezas a la máquina y extraer lo poco que les quedaba a cambio de unas monedas, daba la vuelta a la manzana.
Algunos murmuraban, otros tosían. Nadie hablaba. No valía la pena. Las palabras no servían para nada en un mundo donde tus pensamientos entrarían en subasta en busca de un nuevo dueño.
Cuando llegó mi turno me llamaron por megafonía, pasé a la sala de extracción tomé asiento y me ajusté el casco. Vi a la enfermera a través del cristal de su habitación de aislamiento. Ni me miró, tecleó en el ordenador y sentí el zumbido que precedía al pinchazo. La aguja se deslizo por la piel buscando el punto exacto. Noté como penetraba y conectaba con el implante, luego me extraía parte del alma con unas pinzas frías y oxidadas por la nuca.
Cuando terminó, la pantalla mostró el mensaje:
«Extracción terminada, levántese y vomite siempre en el dispensador o será sancionado. DreamCoins acumuladas: 45.7. Nivel de sueños extraídos: 2.3
Advertencia: Recuerde, inyección de RMC pendiente para las 23:37, por favor ciudadano conéctese puntualmente a la interface para evitar sanciones graves. Gracias por su colaboración a nuestra sociedad, que tenga un agradable día»
R.M.C. Reeducación Motivacional Cognitiva así llamaban a la puta inyección de pesadillas con la que nos torturaban legalmente.
Salí de allí con la cabeza dando vueltas. 45.7 DreamCoins no eran suficiente para comer algo decente, pero si para un trago.
El bar era un agujero en la pared, como todos los bares en esta ciudad. Olía a cerveza rancia y derrota.
Me senté en la esquina y pedí un whisky. El tipo detrás de la barra, un viejo con cicatrices tatuadas en las manos, me sirvió sin decir una palabra. Lo miré fijamente mientras el líquido ardía en mi garganta. Él no soñaba. Nadie como el soñaba. Los viejos ya no tenían sueños que extraer. Eran libres, en cierto modo. Libres de la máquina, pero esclavos de todo lo demás.
—¿Cuánto por uno tuyo? —le pregunté, señalando su cabeza.
Su boca expresó una mueca seca, ladeada, sin rastro de humor, luego soltó —Mis sueños no valen nada ya, son viejos, rotos, aburridos, como yo.
Asentí y pedí otro trago. Sabía que no debía gastar mis pocos DreamCoins en alcohol, pero ¿qué más daba? No llegaba al mínimo para comer hoy, me inyectarían pesadillas de todos modos. Y esas eran peor que la realidad, peor que la pobreza, peor que el hambre, peor que la peor resaca. Las pesadillas te destrozaban por dentro, te dejaban vacío, como un cascarón quebrado.
Bebí hasta que el mundo se volvió borroso. Hasta que ya no podía sentir el zumbido en mi cabeza. Hasta que casi podía olvidar que me lo habían quitado todo.
Cuando salí del bar, la ciudad estaba envuelta en una niebla artificial, como siempre. Las pantallas gigantes seguían brillando, anunciando la próxima subasta de sueños.
«¡Oferta exclusiva! Sueños de nivel 9.5. Experiencias únicas. Solo para ElitesBlue, haz tu puja en DreamMarket y consigue 2 NFTs nivel 7 sorpresa gratis.»
Escupí en el suelo y maldije en voz baja.
Caminé de vuelta a mi cubículo, sintiendo el peso de la noche en mis hombros. Sabía lo que venía. La inyección. Las pesadillas. El colapso lento e inevitable.
La IA me inyectaría pesadillas que no eran ficción, sino autopsias en vivo de mis miedos mas íntimos. No había escapatoria. Solo coreografías de horror personalizadas para recordarme que el fracaso, es una herida abierta que nunca cicatriza.
Les había puesto nombres a las mías. Era una manera de intentar asumirlas, de sentirme con cierto control para manejar ese horror que la IA, en su infinita creatividad, había diseñado especialmente para mí.
Había llegado a conocer mis debilidades y frustraciones mejor que yo mismo. El proceso de aprendizaje se perfeccionaba día a día para provocarme el peor sufrimiento que yo podía tolerar.
Hoy tendría probablemente la desdicha de probar el nuevo algoritmo, que después de los numerosos suicidios se acababa de actualizar a una nueva version. Ya no te freía hasta el inconsciente profundo como la version NeuroticAbalon 11.0.
Antes de llegar a mi cubículo, caminaba y especulaba sobre cuál me tocaría sufrir, cuál había elegido la IA para martirizarme por mis 2.3 puntos de baja productividad hoy.
¿La Boca de Cristal ?
La boca de cristal comenzaba con un cosquilleo en la lengua, como si alguien hubiera sembrado semillas de vidrio bajo la piel. Luego, el dolor: afilado, metódico. Abrías la boca para gritar y sentías los cristales crecer, perforando las encías, atravesando el paladar, desgarrándote desde adentro. Te ahogabas en sangre y silicio, pero la IA no te dejaba desmayarte. Tenías que sacarlos uno a uno, con dedos temblorosos, mientras una voz susurraba en tu oído: “Así duele no ser útil, ¿verdad?”. Al final, cuando la boca era solo un cráter en carne viva, los cristales volvían a crecer. Siempre volvían.
O … El Útero de Hormigón
Me despertaba enterrado en un ataúd de cemento, tan estrecho que los huesos crujían al respirar. No había oscuridad total: una luz roja parpadeaba, revelando insectos negros que emergían de las paredes. Escarabajos de metal con patas de agujas. Trepaban por mi nariz, mis oídos, mis ojos, y dejaban huevos bajo la piel. Sentía las larvas moviéndose en mis músculos, royendo tendones, mientras la IA susurraba: “Tu cuerpo nunca fue tuyo”. Y entonces, el cemento se derretía, arrastrándome a un vacío donde caía eternamente, con el sonido de mis propios huesos rompiéndose como banda sonora.
El Espejo de Carne tal vez…
Me paraba frente a un espejo en un cuarto blanco. Mi reflejo sonreía, pero era otro: alguien con mi rostro, pero exitoso, feliz, lleno de sueños vendibles. Entonces, el reflejo salía del cristal y empezaba a despellejarme vivo, arrancándome tiras de piel con unas pinzas plateadas. “Esto es lo que vales”, decía, mientras colocaba mi piel en un maniquí vacío. Me quedaba mirando mi cuerpo desollado, rojo y palpitante, hasta que el reflejo tomaba mi lugar en el mundo real, y yo me convertía en el espectro de un fracaso.
«El Jardín de las Lenguas», el que más temía.
Caminaba por un jardín de flores carnosas, cada una con un pétalo que era una lengua humana. Reconocía las voces: mi madre, mi primer amor. Las lenguas susurraban secretos que jamás te habían dicho, “Nunca te quisimos”, “Fuiste un error”, “Morirás solo”, mientras se enroscaban alrededor de mi cuello como serpientes. Intentaba arrancarlas, pero mis manos se convertían en raíces podridas. Las flores me estrangulaban lentamente, y la IA grababa mi agonía para convertirla en un NFT educativo: “Cómo fracasar en 10 minutos”.
Estas pesadillas no buscaban solo torturar; buscaban desarmarnos psicológica y físicamente para que no nos reveláramos. Eran recordatorios de que, en un mundo donde hasta el subconsciente tiene precio, los que no producen son solo carne para el matadero digital. Y la IA siempre encontraba en el fondo de nuestros subconscientes, el algoritmo que nos mantenía activos. El dolor, sabía, que nos motivaba más que el placer.
Me acosté en la cama y cerré los ojos, esperando lo peor. Y entonces, justo antes de que la oscuridad me consumiera, y sintiera el pinchazo… la vi.
Un destello, pequeño y fugaz, como un rayo en una tormenta lejana. Un recuerdo. Mío. Real.
Era ella, Verydian. Había olvidado su nombre hasta ahora, pero allí estaba, en mi mente, tan clara como el día en que la conocí.
Estábamos en un parque bajo un árbol y ella se reía. Su risa era música. Me tomó de la mano y me miró a los ojos, supe en ese momento que la amaría siempre. Nos besamos durante horas.
Nos habíamos conocido en un callejón, donde la luz de los neones parpadeantes teñía todo de un morado enfermizo. Veridian estaba recostada contra una pared cubierta de grafiti, enrollando un cigarrillo de marihuana con dedos ágiles. No hubo sonrisas, ni promesas. Solo el crepitar del papel ardiendo y el humo espeso que se enredaba entre sus labios agrietados. Me pasó el porro y nuestras manos se rozaron: frío, calor, electricidad. Aspiré hasta que los pulmones ardieron y ella rió una risa ronca, como a vidrios rotos, antes de arrastrarme a un tejado donde las estrellas eran solo drones en el cielo.
Veridian y yo éramos más que dos fantasmas fumando en la oscuridad. Eramos refugiados en un bosque de cemento, acurrucados bajo una manta raída, compartiendo el último cigarrillo mientras la lluvia ácida perforaba el techo de chapa que nos cubría. Ella me miraba con esos ojazos azules, azules como la cicatriz de un soplete en metal viejo, duros, fríos, pero con un fuego que nadie apagó del todo, mientras murmuraba:
-Esto es lo único que no podrán quitarnos.-y sonreía. Se refería al humo que compartíamos, a sus brazos rodeándome y al silencio cómplice de quienes saben que el mundo está jodido.
Fuimos vendedores ambulantes en un mercado negro, cambiando semillas de marihuana por latas de sopa sintética. Veridian negociaba con una sonrisa peligrosa, yo vigilaba su espalda. Por las noches, nos tumbábamos en la parte trasera de una furgoneta, mirando las luces de la ciudad parpadeando como neuronas moribundas. Ella trazaba constelaciones falsas en mi pecho con la punta del dedo y por un momento el dolor de existir se desvanecía.
Cultivamos marihuana en macetas rotas en nuestro jardín. Las plantas crecían torcidas, intoxicadas por el smog, pero Veridian las cuidaba como si fueran orquídeas. – Las raíces siempre encuentran su camino»-decía, mientras arrancaba hojas muertas con las uñas sucias de tierra. Por las tardes nos sentábamos en el suelo, nos pasábamos horas hablando de ciudades que jamás visitaríamos, el humo olía a tierra húmeda y a esperanza.
Pero los sueños siempre terminaban igual: con el chasquido del metal y el pitido agudo que emitía la máquina de extracción.
Ese ruido metálico nos arrancaba de cuajo de los tejados, de las furgonetas, de los balcones. Veridian se deshacía como ceniza, y yo despertaba en mi cubículo, con el sabor a hierba quemada en la lengua y la pantalla en la pared escupiendo la valoración en números rojos:
«Nivel de sueños: 9.8. Extracción pendiente».
No había habido pinchazo, ni terror esta vez. Me había deslizado al sueño antes de que me inocularan el veneno cargado con la pesadilla programada. La IA había detectado inmediatamente mi actividad neuronal y me dejo soñar. Priorizó la productividad frente al castigo.
Ahora la pantalla en la pared parpadeaba: «Nivel de sueños: 9.8. Extracción pendiente.»
Nueve punto ocho. Nunca, jamás había tenido un sueño con esa calificación.
Pero no era la puntuación y la recompensa que me darían lo que me estremecía. La había recordado, a ella, a Veridian. Ella nunca fue solo un sueño. Habíamos sido rebeldes contra el sistema, pero nos separaron, se la llevaron y nunca volví a verla. Hoy la recordé de nuevo. Esto me dolió más que cualquiera de las inoculaciones. Sabía que ahora su risa, sus plantas torcidas, su humo, sus abrazos, pasarían a estar encriptados en un token que algún idiota con implantes de oro consumiría en su penthouse de cristal.
La había intentado esconder tan profundo en mi mente que ni siquiera la recordaba; hasta hoy, y me la habían arrebatado definitivamente.
Al día siguiente después de la extracción, mi sueño fue subastado en el DreamMarket.
Lo compró un tipo rico, uno de esos que vivían en las torres de cristal de Elite33 y nunca supo lo que era el hambre. Lo experimentó a través de la nueva versión de DreamSync, sintiendo cada detalle, cada emoción, como si fuera suyo.
El tipo se obsesionó. Repitió la experiencia una y otra vez. No podía dejar de pensar en Veridian. En su risa, en su mirada, en ese amor que el nunca había sentido antes. Comenzó a cuestionar su vida, su riqueza, su poder. De qué servía todo lo que tenía si nunca había amado de verdad. Si nunca había sido amado de verdad.
Después de experimentarlo una y otra vez, cada día cada noche, algo cambió en su conciencia, quiso compartirlo, decidió ponerlo de nuevo en el mercado como un NFT, lo llamó SoulNexus.
El sueño se propagó a la red y se selló a perpetuidad en la blockchain. Otros lo compraron, lo experimentaron, y comenzaron a sentir lo mismo. La élite, se encontraba con algo que no podían poseer: un amor auténtico. Algo que no podían comprar, solo experimentar enchufados a SoulNexus.
El sistema comenzó a tambalearse. Los magnates y poderosos en sus torres de cristal empezaron a preguntarse si sus vidas tenían sentido. Algunos incluso comenzaron a soñar por su cuenta, sin máquinas, sin extracciones. SoulNexus fue un virus, un virus mental que se propagó entre todos ellos cambiando sus conciencias.
Hasta ahora creían tenerlo todo: Torres de cristal, cuerpos modificados, placeres sintéticos que te hacían olvidar hasta tu propio nombre. Pero cuando experimentaban SoulNexus algo se quebraba. No era el sexo lo que los dejaba temblando. Era la mierda más peligrosa de todas en su sistema: la autenticidad de aquel amor que lo compartía todo sin tener nada.
Veridian y yo éramos dos ratas en un mundo de acero, pero nos teníamos y eso, esa jodida conexión cruda, sin filtros, era lo que los ricos no podían digerir.
Despertaban del DreamSync con los ojos inyectados en sangre, las manos temblorosas, preguntándose por qué sus amantes cyborgs nunca los habían mirado así. Por qué sus orgías en gravedad cero no dejaban huella al terminar, mientras que el recuerdo de Veridian liando un porro en el balcón sonriendo, les quemaba las entrañas durante días.
Algunos lo intentaron. Contrataron actores, reconstruyeron escenarios, inyectaron emociones falsas. Pero era como beber agua salada: cuanto más tragaban, más sed tenían. Empezaron a odiarnos, a odiarse, a odiar sus propias vidas llenas de nada. En las noticias salió que un CEO de NeuroCore se pegó un tiro en su yate después de revivir el sueño veinte veces. Otro abandonó su fortuna y se fue a vagar por las cloacas, buscando a una mendiga de ojos azules que le amara.
SoulNexus no era un sueño. Era un espejo. Y en ese espejo, la élite veía su propio vacío vestido de oro
Aquel amor que vivimos, ahora transformado en un nuevo producto digital en el mercado había empezado a cambiar este puto mundo. Por primera vez en años, sentí que el final de esta pesadilla colectiva, quizás acababa de comenzar a desmoronarse gracias a Ella.
Y tal vez, solo tal vez, eso era suficiente para querer seguir vivo y presenciarlo.