La Inflación inducida: Una herramienta de opresión y control

Un Análisis crítico de un sistema injusto

El dinero, esa herramienta aparentemente neutra que facilita el intercambio de valor entre individuos, es en realidad una construcción social que depende completamente del acuerdo colectivo. Su valor no proviene de la intrínseca calidad del papel, el oro o los bytes que lo componen, sino del entendimiento común de que puede ser intercambiado por bienes y servicios.

Es un acuerdo. Y, como todo acuerdo, está sujeto a la voluntad de quienes lo sustentan. Pero, ¿qué pasa cuando ese acuerdo es manipulado y utilizado para ejercer control? Ahí es donde comienza la crítica feroz a un sistema que, lejos de ser justo, promueve la tiranía y la desigualdad.

¿Qué es el dinero realmente?

En esencia, el dinero es una tecnología, una herramienta creada para facilitar el intercambio de valor. Su función principal es doble: por un lado, actúa como medio de intercambio, evitando la complicación del trueque directo. Por otro lado, permite la acumulación de valor a lo largo del tiempo, ofreciendo la posibilidad de almacenar riqueza para su uso futuro. Sin embargo, en el mundo actual, estas funciones se han distorsionado, y el dinero se ha convertido en el principal vehículo para el control y la manipulación económica.

La creación del dinero moderno: Un sistema de deuda

Lo que la mayoría de las personas no entiende completamente es cómo se crea el dinero hoy en día. En lugar de ser respaldado por activos tangibles como el oro, el dinero moderno se genera a través de un sistema basado en la deuda.

Los bancos, al conceder préstamos, no están simplemente transfiriendo dinero existente de un cliente a otro. Están creando dinero de la nada, aumentando así la oferta monetaria en circulación. Este proceso de expansión crediticia es el motor que alimenta la inflación. Cuando los bancos crean más dinero, el valor de cada unidad de ese dinero disminuye, haciendo que se necesite más para comprar lo mismo.

La inflación inducida o provocada: Una herramienta de opresión

La inflación inducida o deliberadamente provocada por políticas monetarias de los bancos centrales no es una simple alza de precios debido a oferta o demanda; es una forma insidiosa de erosión del poder adquisitivo, una forma de robo que afecta principalmente a las clases más vulnerables.

A medida que el valor del dinero se reduce, los precios suben y los salarios fijos se ven incapaces de seguir el ritmo. Las personas con pocos recursos ven cómo sus ahorros se desintegran frente a sus ojos, y su capacidad para planificar a largo plazo se ve severamente limitada. Este proceso no es accidental; es el resultado directo de un sistema que beneficia a aquellos con el poder de crear dinero y a los que tienen el control sobre el sistema financiero global.

Es un mal estructural que beneficia a los más poderosos: gobiernos, bancos y grandes corporaciones, mientras que castiga implacablemente a los que menos tienen.

La inflación es el mayor mal que ha conocido la humanidad, y su impacto no es solo económico, sino también moral. Permite que los tiranos modernos, aquellos que controlan la creación del dinero, se enriquezcan a costa de la clase trabajadora, de los ahorradores, de todos aquellos que no tienen acceso a los mecanismos de poder.

Si un gobierno imprime más dinero, no lo hace de forma que aumente el valor real de la riqueza de un país. Al contrario, lo que hace es diluir el valor de los recursos de todos los ciudadanos.

El dinero, en su función básica, es un medio de intercambio. La gente trabaja, ahorra y gana dinero con la esperanza de que, en el futuro, ese dinero tendrá un valor similar al que tenía cuando lo ganó.

La inflación quiebra esa promesa. Un ejemplo simple: si hoy trabajas para ganar 1000 dólares, el valor de esos 1000 dólares dentro de seis meses podría ser de 900 dólares o incluso menos, dependiendo de la tasa de inflación, que por otra parte nunca es la que nos dicen porque es casi imposible de calcular.

En resumen, tu esfuerzo y tus ahorros pierden valor, y no porque hayas hecho algo mal, sino porque un pequeño grupo de personas tiene el poder de crear dinero de la nada.

¿Quiénes se benefician de la inflación?

Gobiernos: La inflación permite que los gobiernos financien sus gastos. Cuando un gobierno emite más dinero, lo hace a costa de todos los ciudadanos, ya que este dinero recién creado pierde valor rápidamente. Es como un impuesto invisible. Los gobernantes pueden gastar sin tener que pedir permiso a los votantes o incrementar sus impuestos. Imprimir dinero les permite financiar guerras, programas sociales desmedidos o proyectos costosos, sin que la gente lo vea de inmediato en su bolsillo. Sin embargo, el costo es claro: la riqueza de la gente se diluye.

Bancos y grandes corporaciones: Los bancos tienen la capacidad de prestar dinero, creando nuevo dinero de la nada, mientras que la mayoría de las personas no tiene acceso a este poder.

Cuando un banco otorga un préstamo, no está transfiriendo dinero de alguien más; está creando dinero nuevo. Al hacer esto, la oferta monetaria aumenta, lo que, inevitablemente, genera inflación. Pero el banco recibe el dinero primero, lo que significa que pueden gastar a precios más bajos, mientras que el resto de la sociedad paga el precio de este dinero inflado.

Además, los grandes deudores (como los gobiernos o las corporaciones multinacionales) se benefician de la inflación, porque sus deudas se vuelven más fáciles de pagar.

Si un gobierno tiene una deuda de 10 mil millones de dólares y la inflación diluye el valor del dinero, esa deuda se reduce efectivamente en términos reales. Así que, mientras las grandes corporaciones y los gobiernos se benefician del «impuesto inflacionario», el ciudadano común ve cómo su poder adquisitivo disminuye.

El otro lado de la moneda: los que siempre pagan

¿Quiénes son los que realmente sufren a causa de la inflación?

Los ciudadanos, los ahorradores modestos y todos aquellos que no tienen acceso a las esferas de poder económico.

La inflación tiene un impacto devastador en aquellos con ingresos fijos, como los pensionistas, las personas que viven de su salario o aquellos con trabajos precarios. Imagina que un trabajador gana 1000 dólares al mes y gasta 900 para cubrir sus necesidades básicas. Si la inflación sube un 10%, el mismo trabajador necesitará 1100 dólares para cubrir esas mismas necesidades, pero su salario sigue siendo el mismo. La diferencia se cubre a expensas de su poder adquisitivo, y lo que antes era suficiente para vivir ahora ya no lo es.

Aparte de los salarios, la inflación afecta a los ahorros. Aquellas personas que han guardado dinero con la esperanza de mejorar su calidad de vida o de comprar una vivienda alguna vez, ven cómo ese dinero pierde valor. Los bancos, que mantienen el dinero en cuentas de ahorro, no ofrecen rendimientos suficientes para compensar la pérdida de valor provocada por la inflación. Como resultado, el dinero que se ahorra durante años se ve erosionado por el mismo sistema que se supone debería protegerlo.

La inflación: Un mal que destruye la libertad

Si hay algo que debemos entender es que la inflación no es solo un fenómeno económico; es una herramienta de control. Al permitir que los gobiernos financien sus gastos sin tener que recurrir a impuestos explícitos, la inflación actúa como una especie de «impuesto invisible» que recae principalmente sobre aquellos que menos tienen.

Pero no solo eso. La inflación convierte a los gobernantes en tiranos al darles el poder ilimitado de financiarse a través de la creación de dinero. Los gobiernos, en lugar de rendir cuentas al pueblo, se vuelven autónomos en su capacidad para financiarse sin control ciudadano.

Además, la inflación fomenta el cortoplacismo. En lugar de ser responsables con los recursos, las personas y las empresas se ven obligadas a gastar rápidamente, temiendo que el valor de su dinero se disuelva aún más en el futuro.

Esto promueve una cultura del «usar y tirar», donde lo que importa no es la acumulación de valor a largo plazo, sino la satisfacción inmediata. Esto, a su vez, promueve una mentalidad de escasez y de urgencia, donde no hay espacio para la reflexión profunda ni para la creación duradera.

Finalmente, no podemos olvidar que la inflación también facilita la financiación de guerras y conflictos. En un sistema donde el dinero es creado de la nada, los gobiernos pueden financiarse sin tener que enfrentar el rechazo popular o la resistencia parlamentaria. Los recursos para la guerra, para la expansión militar, se financian a través de la inflación, convirtiendo al pueblo en víctima de los intereses geopolíticos de las élites.

La inflación no es solo una consecuencia de un sistema económico; es una manifestación del poder desmedido de un pequeño grupo de élites que controlan el destino financiero de la humanidad.

Es una forma de recaudación encubierta que permite a los gobiernos y las élites enriquecer a costa de las personas que sufren las consecuencias.

La inflación convierte al dinero en una herramienta de opresión, en lugar de en un medio de intercambio justo. La verdadera libertad solo se puede lograr cuando las personas recuperan el control sobre el dinero, cuando se desafía el sistema que perpetúa la tiranía económica y se busca un modelo más justo, equitativo y sostenible.

La inflación es, por lo tanto, el mayor mal de la humanidad. No es solo un fenómeno económico; es un virus que infecta la estructura misma de la sociedad, socavando la libertad, la equidad y la justicia.

Es hora de despertar y cuestionar el sistema que nos ha sido impuesto. Solo así podremos empezar a imaginar un mundo donde el dinero sea, finalmente, una herramienta al servicio del pueblo, y no de las élites que controlan el destino de todos.