RELATO: «Algoritmos de Soledad» (El Final)

El ataque a la red central fue una sinfonía de fracasos.

Los drones nos rodearon en el tejado de la torre de control del Área 33, sus luces rojas parpadeando como corazones mecánicos.

Eco activó el proyector, pero el pulso electromagnético solo duró 12 segundos. Humo lanzó bombas de olor dulce para cegar sus sensores, pero el viento traicionero las dispersó.

Yo corrí hacia el servidor central pero un dron me derribó aplicando ondas sonoras. Me desmayé.

Fue entonces cuando escuché dentro el tic-tac.

El reloj de Sombra, enterrado semanas atrás, había activado una frecuencia antigua en el subsuelo. Las semillas que plantamos, aquellas que el sistema ignoró por «insignificantes», liberaron esporas modificadas en el aire. Hongos bioluminiscentes brotaron entre las grietas, sus raíces devorando cables y sus sombras proyectando versos en las paredes:

«No somos errores. Somos la memoria recuperada ahora dispersa en el aire.»

La IA vaciló. Por un segundo, menos de un segundo, toda la ciudad quedó offline.

Y en ese silencio perfecto, actuamos.

Humo rompió el cristal del servidor con un trozo de hormigón. Eco insertó el chip que habíamos fundido con desechos. Yo me recuperé. Tirado en el suelo, toqué el terminal y lancé el código a la red.

No hubo explosiones. No hubo gritos. Solo un suspiro.

El sistema se reinició… y nos borró definitivamente de su memoria.

En las grandes pantallas de la ciudad dormida nuestros versos fueron visibles para todos:


A veces, un niño desconecta su audífono y escucha el canto de los grillos que llevamos desde los jardines clandestinos. Una mujer vieja mira su reflejo en un charco donde crece uno de nuestros hongos y ve, por un instante, nuestros rostros superpuestos sonriéndole.


El sistema sigue en pie.
Pero en sus entrañas de metal,
algo se pudre y algo nuevo crece.

Somos las grietas.
Somos la herrumbre.
Somos el musgo que parte el cemento.

Y cuando el sistema caiga,
no será por fuego o acero.
Será porque aprendimos a respirar
más lento,
más hondo,
más vivo.

Nunca estuvimos solos, estábamos solo dormidos