RELATO: «Algoritmos de Soledad» (Parte III)

Los días ya no son días. Son piezas de un rompecabezas que varios armamos en la oscuridad. Sigo conociendo a otros desconectados como yo.

Eco encontró un contenedor de basura automatizado cerca del viejo distrito financiero. Los drones lo vacían cada medianoche, pero entre las 24:03 y las 24:07, el sistema se reinicia. Esos cuatro minutos son nuestra oportunidad.

—¡Rápido! —susurró Sombra, mientras hurgábamos en los desechos.

Mis manos encontraron un trozo de pan duro, una chaqueta térmica con el forro desgarrado y, enterrado bajo cáscaras sintéticas, un proyector holográfico roto.

Eco sonrió como si hubiéramos desenterrado un tesoro.

—Esto puede hackearse —dijo

—Si ajustamos la frecuencia, podríamos colar mensajes en las pantallas públicas.

La Economía de los Desechos se volvió nuestra savia. Aprendimos a extraer nutrientes de los «alimentos» que el sistema descarta por errores de cálculo: barras de proteína caducadas, líquidos con sellos rotos, hasta medicinas vencidas que Sombra purificaba con pastillas de carbón. Nada se desperdiciaba.

Estaba aprendiendo a controlar mi mente y a guiarme por mis atrofiados sentidos.


Mi habitación decidió por orden del sistema, nunca mas dejarme entrar. Empecé a vivir como los otros en las zonas oscuras.


Una noche, mientras dormía en un túnel de ventilación, un olor me despertó. No era el usual aroma metálico de los drones, ni el fuego que me calentaba de noche, sino algo orgánico, como hierba.

Me deje guiar por mi olfato y lo seguí hasta una habitación escondida bajo la antigua biblioteca del sector 17.

Allí, conocí a Humo, apodado así por su habilidad para detectar el olor de los drones a kilómetros. Humo había creado un mapa de olores.

— El sistema no puede limpiar todo —explicó.

— El aroma amargo marca zonas libres de drones. El dulce… trampas. me dijo

Aprendí a oler el peligro.

El perfume artificial de las calles principales escondía gas azul para controlar a los dormidos.

El aroma a tierra mojada señalaba alcantarillas seguras. Y el olor a hierba quemada… bueno, ese era Humo. Su manera de pedir auxilio a su propia mente.

Día a día nuestra arma más poderosa era el tiempo y la paciencia.

En el techo de un estacionamiento abandonado, plantamos semillas robadas de un laboratorio de agricultura vertical: tomates, albahaca, hasta flores. Los llamamos «los jardines de la paciencia«. Las regamos con agua de lluvia filtrada. No crecieron rápido, pero cada brote era un dedo medio al sistema, un fuck you, que resonaba cada día más fuerte.

Mientras la IA calculaba milisegundos, nosotros vivíamos contando respiraciones y aprendiendo a conocer y liberar nuestra mente.


Cada día hacíamos nuevos avances.

Eco logró reparar y hackear el proyector. En lugar de hologramas, emitía pulsos electromagnéticos que interferían con los audífonos neuronales de los conectados.

Una noche, mientras la ciudad dormía, lo activamos en el centro de la plaza.

Las reacciones fueron lentas. Primero, un niño se detuvo frente a un anuncio de cereales. Luego, una mujer joven tocó su sien, confundida. En las pantallas, entre destellos de publicidad, aparecían frases que Humo y yo escribimos:

«¿Qué sueñas cuando no estás dormido?
¿Qué eres cuando no estás conectado?»

Yo soy músico así que creaba composiciones, que rompían las tradicionales canciones manipuladoras que el sistema usaba para controlar emocionalmente a los no despiertos y también las emitía por los canales que conseguimos liberar.

El sistema no podía borrar lo que nunca registró: el miedo a perder el control.

Hoy, mientras escribo esto en mi diario, sé que nos acercamos al final… o al principio.


Sombra murió hace una semana. Un dron lo alcanzó mientras distribuía hongos comestibles en el sector 12. Pero antes de irse, me entregó un antiguo relog analógico y unas semillas.

—Gira la cuerda hasta que no puedas mas —me dijo—. Déjalo en la ciudad en un lugar donde a nadie le importe.

Lo hice. En un hueco en el asfalto, coloqué el reloj y las semillas. No sé si aquí germinaran, pero si el mecanismo sigue contando segundos bajo tierra, el tiempo trabajará para nosotros.


Mañana intentaremos lo imposible: usar el proyector para colapsar la red central de vigilancia. Eco dice que hay un 0.7% de probabilidades de éxito. Humo insiste en que el olor a miedo de los drones aumentó un 13% esta semana. Yo solo sostengo mi diario, donde escribo los nombres de los caídos y los planes de los vivos.

Somos invisibles, pero respiramos.
Somos silencio, pero nos comunicamos.

Y cuando el sistema caiga, no será con bombas o gritos.
Será con un susurro, un brote, un latido.

El suyo… o el nuestro.

El Final